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Grandes piedras en un mundo cambiante: Los monumentos megalíticos en sus paisajes

Research output: Contribution to Journal/MagazineJournal articlepeer-review

Published
<mark>Journal publication date</mark>2008
<mark>Journal</mark>PH: Boletín del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico
Volume67
Number of pages10
Pages (from-to)24-33
Publication StatusPublished
<mark>Original language</mark>Spanish

Abstract

Podemos entender mucho sobre el fenómeno megalítico a partir de las propiedades de las estructuras megalíticas en sí mismas y a partir de sus hallazgos asociados. El trabajo del profesor C. Scarre ha mostrado cómo el estilo de la arquitectura y los contenidos de un monumento nos hablan de las posibles motivaciones de las comunidades prehistóricas que lo construyeron y mantuvieron. Las preferencias de estas comunidades son a menudo reveladoras: el carácter y propiedades de la piedra, las formas arquitectónicas y las cronologías nos proporcionan información sobre cómo y por qué tales monumentos llegaron a existir. Sin embargo, también es necesario entender el mundo en el que fueron creados: el contexto geográfico de los monumentos. Dicho de otra forma, para conocer por qué las estructuras megalíticas fueron construidas y utilizadas necesitamos pensar dónde fueron construidas tanto como necesitamos pensar sobre cómo y cuándo lo fueron.
El trabajo de campo es habitualmente la primera tarea del prehistoriador: visitar los monumentos, registrar sus posiciones y las características de su entorno. Pero el trabajo de campo tiene importantes limitaciones. El paisaje en el que encontramos los monumentos megalíticos hoy día es muy diferente de aquel en el que fueron construidos, utilizados y experimentados en el pasado. Algunas de estas diferencias son bastante obvias: la disposición de las plantas y árboles que conformaban el paisaje natural en el que los monumentos fueron construidos se desvaneció hace mucho tiempo como consecuencia de procesos de cambio natural e impacto humano sobre el medio ambiente. Menos obvias, sin embargo, son las diferencias en aquello que,
en ausencia de una terminología mejor, podríamos llamar el “paisaje cultural”: la forma en que las creencias y los patrones sociales de vida en el pasado regularon cómo se percibía el entorno paisajístico de los monumentos.